Visitamos los algarrobos que nuestra asociación plantó a primeros de febrero en el Barranco de la Garrofa y comprobamos con satisfacción que presentan una supervivencia de más del 90%. Excepto unas pocas bajas, la gran mayoría están verdes, y muchos incluso han echado nuevos brotes.
El algarrobo (Ceratonia siliqua L.), cuya área de distribución original no está clara aunque muchos autores la sitúan en el Mediterráneo Oriental u Oriente Medio, es un árbol resistente a las sequías típicas del la región mediterránea y cuyo cultivo fue introducido desde antiguo en toda la cuenca mediterránea por los fenicios, formando parte del sistema agrario mediterráneo tradicional fundamentalmente como alimento para caballos, burros y mulos utilizados hasta el siglo XX como bestias de tiro y labor. Las sustitución de estos animales por vehículos a motor fue la causa del progresivo declive del cultivo del algarrobo.
A pesar de no ser una especie autóctona de la Península Ibérica, a su indudable valor etnobotánico hay que añadir el ser un árbol con interesantes funciones ecológicas, protegiendo el suelo y aportando alimento a la fauna (las cabras montesas tienen un gran aprecio tanto a las semillas como a las hojas) en terrenos secos antropizados.